viernes, julio 22, 2005

Iván K, bardo de nuestro tiempo

Roland Topor

"Sí. Algunos malditos locos
no pueden tener la boca cerrada".
Donald Barthelme

Los concursos de cuento se están volviendo como los aeropuertos: casi todo está prohibido. Esto escribió el jurado en la carta del fallo del concurso anterior: no es suficiente, para que pase algo, que haya un muerto en el renglón final. Habría que limpiar la sangre y los cadáveres y luego ver si queda algo. Quedan prohibidos los muertos, las corbatas, los cortaúñas, los lapiceros, los cordones y cualquier elemento con el que se pueda amenazar la vida de al menos una persona y por consiguiente facilite el secuestro del avión.

La paranoia parece no tener límites.

Roberto Bolaño leía sus poemas y los versos caían como bombas sobre algún barrio del D.F.

Al poeta de La parábola del palacio le bastó un poema, algunos dicen que solo un verso, otros que apenas una palabra, para fulminar el palacio entero del Rey Amarillo. En el mundo no puede haber dos cosas iguales; bastó (nos dicen) que el poeta pronunciara el poema para que desapareciera el palacio. Cuenta Borges.

Los ejemplos no son escasos, Oh poesía armada, clava tu alfanje de cristal y música en el cuerpo del pulpo de la sombra, cantó algún día Jorge Carrera Andrade.

El personaje de este cuento, como el Hombre Planetario, nació cuando el motor había ahuyentado a los ángeles y no conoció palacios, ni dragones, ni espejos desde donde se escucha el rumor de las armas. Parecía sacado de un cuento de Chejov: aburrido, propenso al fracaso, de estatura media, delgado, camisa de cuadros, maletín de cuero de escritor por encargo, gafas de montura gruesa, nariz grande, boca pequeña y apretada.

Todos los sucesos anteriores a la tragedia son convencionales: Iván K entrando al aeropuerto. Iván K entregando la maleta. Iván K esperando en la sala de fumadores. Iván K ingresando al avión. Iván K sentándose junto a la ventana y leyendo un libro.

Aquí vale la pena hacer un paréntesis: Iván K no lleva corbatas, ni cortaúñas, ni cordones, ni lapiceros, ni por supuesto una Smith & Wessom. Solo tiene un libro de Donald Barthelme que se llama Prácticas indecibles y actos antinaturales.

El avión despega y las manos de Iván K están empapadas de sudor. Cierra el puño, se muerde el labio inferior, empieza a mirar para todos lados, llora como niño. La mujer que está sentada a su lado se da cuenta y entiende que Iván K siempre ha tenido una vida miserable. Nadie imagina lo que sigue: Iván K ojea el libro de Barthelme, lo deja sobre la mesa auxiliar en la página donde esta subrayada la siguiente frase:

"Tenemos una palabra secreta que, al ser pronunciada, produce múltiples fracturas en todas las cosas vivas en una zona de la extensión de cuatro campos de fútbol".

Lo último que ven los tripulantes del avión es la risa nerviosa de Iván K aprovechando un descuido de la azafata para adueñarse del altavoz.

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