viernes, septiembre 02, 2005

Chejov lo sabía, por más que Roberto Angulo no lo quiera aceptar

A piece of dove. Ralph Steadman.

Para Iván K los clásicos son como una bandada de pájaros muertos en la mitad del mar. Si su creador es uno de esos pájaros ¿Qué será de él?

Chejov es el escritor de la vida corriente, él sí bebió del manantial de las aguas de la universalidad con sus personajes sacados de la vida ordinaria. Iván K, a pesar de ser creación suya, es todo lo contrario, es el escritor truculento por antonomasia, cargado de citas y de metáforas prestadas, de personajes cojos como animales mitológicos en decadencia. Iván K agoniza cuando lo sacan de las páginas que su creador le dio por vividero. Sólo es inmortal en la plenitud de su insignificancia. Chejov lo sabía, por más que Roberto Angulo no lo quiera aceptar Chejov lo sabía, Iván K está condenado a respirar el aire aciago de su fracaso.

Matar a Iván K es un despropósito, significa enfrentarlo con la finitud. Él padece su mediocridad ad infinitum y eso lo hace cada vez más pequeño, al punto que tiende a desaparecer.

Iván K conoce la palabra destructora, "el último verso", él tiene la clave, pero no puede revelarla, la está reservando para decírsela en la cara a Chejov cuando lo encuentre. Chejov está tranquilo, no tiene contemplada una segunda parte de ¡Chist!.