domingo, junio 11, 2006

Chop Suey (Parte III)

Blowup. Antonioni.

¿Cómo llegó Iván K a este parque? En la esquina, al finalizar el puente de piedra hay un fotógrafo, tiene un caballo de madera en el que los niños se suben para retratarse. Las últimas imágenes de Iván K fueron tomadas sin saber por el fotógrafo. Segundos antes del primer balazo abrazó a la mujer, un instante después, como muestra la siguiente foto, ella trató de soltarse y él la retuvo por el brazo. Esta foto que tengo aquí fue la última imagen con vida de ellos dos, mírela bien, en un segundo plano él forzando del brazo a Madeleine que trata de huir, en un primer plano un niño regordete vestido de soldado sobre el caballo de madera, con el rostro impávido como si adivinara con segundos de anticipación la escena del disparo certero que mató a nuestro escritor por encargo. Pero lo interesante no es esto, hasta aquí toda esta historia bien podría ser un cuento policiaco, enigmático, oscuro, rompecocos, del mejor estilo Patricia Highsimth o George Simenon, pero no, falta algo que lo hace parecer más a un cuento surrealista si es que a algo surrealista puede llamársele cuento, a una de esas historias sin final que recuerdan los televisores viejos que uno los apaga y terminan en una lucecita que se prolonga indefinidamente, o para no ir más lejos, a un plagio de Las Babas del Diablo, o de Blowup, o de Blow Out, que más da, no importa si fue idea de Cortázar o de Antonioni o hasta de Brian de Palma, eso me tiene sin cuidado, ya se lo dije al comienzo y se lo vuelvo a repetir, nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Pero si ya le descubrí mis cartas, si ya le dije que esto no es problema de originalidad sino de repetición, reiteración, paráfrasis, redundancia, o hasta aliteración, entonces déjeme seguir plagiando de una vez por todas para no darle largas al asunto. De pronto el orden se invertía, ellos estaban vivos, moviéndose, decidían y eran decididos, iban a su futuro. Lo que trato de decirle es que esa foto que tengo ampliada en la pared es la misma foto del niño regordete, o mejor dicho, era la misma, mírela bien, ¿si se da cuenta? ya no hay parque, no hay niño ni caballo ni nada de eso. Iván K y Madeleine están en un primer plano, hablando o discutiendo qué fue lo que pasó. Esa foto nunca la tomó el fotógrafo, pero esta ahí y qué le vamos a hacer. ¿Ahora si me entiende lo que le quiero decir? Pero si empiezo a hacer preguntas no contaré nada: mejor contar, quizá contar sea como una respuesta, por lo menos para alguno que lo lea.

viernes, junio 09, 2006

Chop Suey (Parte II)

Saudek.

Dos días antes del asesinato me llamó por teléfono (en la que fue la última conversación que tuve con él) me contó que a su casa había llegado un sobre de manila. Adentro había un par de hojas, se trataba de una reseña sobre Las Noches Blancas, firmaba Madeleine. Nunca la había leído. En ella decía que la novela "tenía la madurez de un escritor que ya había pasado por la retórica y había sido castigado con el látigo de la autocrítica", "de esas novelas maestras que nunca son obras emblemáticas pero que alcanzan la perfección". Las dos cuartillas eran una valoración estética de la escena en que el Boxeador estaba acostado boca arriba, encandelillado por la luz del bombillo "sentía el viento que entraba por la ventana como el último suspiro de la bestia solitaria, ese dios que le había regalado un puñado de recuerdos melancólicos y una vida miserable, él era un cobarde, pero menos que su dios, quien agonizaba por voluntad propia". Ese párrafo no le sonó tan mal ahora que lo leía citado en la reseña que tenía en sus manos, siguió leyendo la siguiente cita que hacía Madeleine de su propia novela: "durante varias horas, antes de besar la lona como lo había convenido en el soborno, había logrado sobrevivir en este mundo sin el báculo de la fe, por supuesto, recibió el castigo en diferido en forma de un balazo a quemarropa". Iván K me contó que la leyó varias veces con esa extraña sensación de hacerlo por primera vez, hojeó el libro para buscar el párrafo, la escena estaba en la mitad de la novela, ahí estaba, ya casi la había olvidado, era la muerte del protagonista. Lo extraño es que Madeleine solo escribió sobre esa imagen, como si se tratara de una extraña fijación, como quien analiza un poema. La reseña tiene por título Las noches siempre son blancas.

Ahora miro la foto y veo que están hablando en el parque donde fueron baleados. Ya anocheció y están de pie discutiendo. Los alumbra un poste luz. De vez en cuando Iván K mueve las manos, como alegando, Madeleine solo escucha, a pesar de que están discutiendo se ven tranquilos, como si planearan algo y tuvieran todo el tiempo para hacerlo. Ya pasó todo, no alcanzo a calcular hace cuantos días fue el asesinato.

jueves, junio 08, 2006

Chop Suey (Parte I)

Chop Suey. Edward Hooper.

"Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada".
Julio Cortázar. (Las Babas del Diablo).
Iván K murió asesinado, una mano escondida entre los arbustos accionó el gatillo que le puso fin a su vidita mediocre. En los últimos días supe que flirteaba con una mujer que había conocido en un restaurante de comida china, así me lo contó: "ella estaba sola, y como el restaurante estaba lleno le dije que si me podía sentar en su mesa, me dijo que sí, me senté enfrente, estaba llorando, encima de la mesa había una edición de La Muerte en Venecia, me llamó la atención su vestido de lino blanco, supuse que había salido desde la mañana (ya era de noche) le conté que me gustaba Thomas Mann, le conté que era escritor, que pronto me publicarían una novela sobre sicarios de Medellín, ella se rió, me dijo que si yo era un exponente más del boom de literatura colombiana, yo le dije que sí, que ese había sido el contrato. Se trataba de una avanzada de las editoriales, la idea era formar una generación lo suficientemente compacta y lo suficientemente "parricida" como para emanciparse del lastre garciamarquiano, le conté cómo había logrado la aprobación del editor, le conté que siempre oculté a la editorial mi gusto por García Márquez (eso espanta a los editores nacidos en los años setenta). Creo que a la mujer no le vino en gracia mi confesión, enseguida tomó el pitillo y le dio un sorbo a la coca cola que estaba tomando. Miró por la ventana durante varios minutos. Le pregunté cómo se llamaba, me dijo que se llamaba Madeleine, me dijo que era editora, me comentó que estaba preparando una antología de ensayistas colombianos. Me preguntó si había publicado algo, le dije que sí, le hablé de Las noches blancas, una novela corta que escribí a los 22 años sobre un boxeador de los años veinte en Bogotá, enseguida me reconoció, -usted es Iván K- exclamó, y se quedó callada nuevamente, como acordándose de algo. Salimos del restaurante. Caminamos un par de cuadras y de pronto me dijo: su novela me gustó mucho, Las Noches Blancas es lo mejor que he leído de un escritor de su generación. Me extrañó esa afirmación, mi novela pasó sin pena ni gloria por las librerías del país y terminó arrumada en la zona de saldos. Madeleine me miró a los ojos y me dijo: Yo amaba a mis héroes como un mosquito la luz, me alejaba y me volvía a acercar, ese era el epígrafe de Holderlin que yo había puesto en Las Noches Blancas. No entendía nada, nunca pensé que le gustara a alguien esa novela. Me dijo que nos viéramos a los ocho días en el mismo restaurante y a la misma hora, después de releerla".
Esa fue la penúltima conversación que tuve con el bueno de Iván K, así era siempre que hablábamos, él contándome sus anécdotas rebosantes de lugares comunes y de un egocentrismo patético, yo siempre escuchándolo en silencio, asintiendo y sonriendo a la vez. Iván K siempre me inspiró lástima, pero esta vez había algo de cierto en su relato, al menos esta vez estaba de acuerdo con sus licencias de vanidad. Sí, es cierto, Las noches blancas es una novela impecable, es la mejor novela que he leído de un escritor de su generación, nunca pudo volver a escribir algo así por más lo intentara. Esta conversación, aparentemente inocua y fantasiosa, no merecería ser recordada si no fuera porque exactamente ocho días después lo asesinaron a plena luz del día, en este mismo parque.